El Cultural
LA POESÍA DE CERVANTES
Varias decenas de escritores especializados en Cervantes continúan robusteciendo la figura del primer nombre de la Historia de España. Entre ellos destaca José Manuel Lucía Megías, que se ha convertido en nuestro primer cervantista, y aparte una biografía inigualada en cuatro tomos, ha sumado muchos textos reveladores y ha tenido la audacia de publicar un libro sobre la poesía de Cervantes, muy superior, por cierto, al de Cernuda. Así que he dedicado un fin de semana a la relectura de buena parte de los treinta mil versos que se conservan del autor del Quijote. Y aunque en poesía, el genio cervantino está por debajo de Lope de Vega y Quevedo, también de Góngora y no digamos de San Juan de la Cruz, habrá que convenir que no es desdeñable, sino que mantiene un alto nivel literario y un cierto temblor lírico. “Yo que siempre trabajo y me desvelo por parecer que tengo de poeta la gracia que no quiso darme el cielo”, escribe Cervantes en el Viaje del Parnaso.Y con la humildad que siempre le caracterizó, y que lo engrandeció, añade: “Yo he compuesto romances infinitos y el de Los celos es el que más estimo, entre otros, que los tengo por malditos”. Reconoce que acude al Parnaso, “como pobre, con este aliño mi jornada sigo”... Cuando todavía se llevaba bien con Lope de Vega, el autor de El laurel de Apolo afirma que la fortuna hirió la mano de Cervantes y “su ingenio en versos de diamante”, y que “una mano herida pudo dar a su dueño eterna vida”. En la conversación con el Caballero del verde gabán, Cervantes define así la poesía, crisol de todas las ciencias: “La Poesía, a mi parecer, es como una doncella tierna y de poca edad, y en todo extremo hermosa, a quien tienen cuidado de enriquecer, pulir y adornar otras muchas doncellas, que son todas las otras ciencias, y ella se ha de servir de todas y todas se han de autorizar con ella; pero esta tal doncella ni quiere ser manoseada ni traída por las calles ni publicada por las esquinas de las plazas ni por los rincones de los palacios”. Se refiere Cervantes a su soneto, tal vez el mejor: “Voto a Dios que me espanta esta grandeza...”. Cultiva en La ilustre fregona el ovillejo con desigual acierto. En La Galatea versifica sobre el Amor, “que abrasa, aprieta, enfría y hiere; que tal llama mi alma no la quiere ni puede de tal ñudo satisfacerla”. La pastora Teolinda se queja del “tiempo, que pasa y vuela, llevará pronto la vida”. Lenio, por su parte, se lamenta del amor “una esperanza que se lleva el viento, un dolor con renombre de alegría, una noche confusa de no hay día, un ciego error de nuestro entendimiento”. Para Cervantes “el amor es infinito si se funda en ser honesto, pues aquel que se acaba presto no es amor sino apetito”. En La Galatea reconoce “si fui vivo aborrecido, ser muerto por ti llorado”. Canta los ojos de la amada y del alma que se van tras ella, “mientras mira la veleidad de la vida por quien muero”. Galasia se defenderá de los acosos del pastor Lenio en un pasaje que Cervantes desarrollará más tarde en el discurso feminista de Marcela, y afirma: “libre nací, y en libertad me fundo”. Crisóstomo no pudo soportar el rechazo de Marcela y se suicidó tras escribir Canción desesperada que inspiró un poema de Neruda. En la Novela del curioso impertinente, Lotario escribe: “... verme a tus pies, ¡oh bella ingrata!, muerto antes que de adorarte arrepentido”. En el Quijote, Altisidora “se siente abrazar el alma”. Y permítaseme la licencia, Cervantes le dice a Juan Carlos I: “Haz, oh buen rey, que sea por ti acabado lo que con tanta audacia y valor tanto fue por tu amado padre (Juan III) comenzado”. Canta después el Cervantes patriótico a la Armada Invencible y se estremece ante los “doce descalzos ángeles mortales”. Llora entonces junto al Quijote por las ausencias de Dulcinea del Toboso, la de “rostro amondongado, alta de pechos y ademán brioso”. Y Cardenio, que llama a Alberti, y dice: “Marinero soy de amor, y en su piélago profundo navego sin esperanza de llegar a puerto alguno”. Elogia con generosidad a Lope de Vega, a Luis de Góngora, a Fray Luis de León, a Argensola, a Teresa de Jesús y a tantos otros. Olvida, en fin, José Manuel Lucía los versos de poesía libre del siglo XXI que Cervantes escribió desde su lecho de muerte al conde de Lemos, en la carta que acompañó al manuscrito de Persiles y Sigismunda: “Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran señor, ésta te escribo. Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y con todo esto se me va la vida sobre el deseo que tengo de vivir”. Seguir leyendo
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