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MANUEL GUTIÉRREZ ARAGÓN

El Cultural

MANUEL GUTIÉRREZ ARAGÓN

“La escritura, negro semen derramado... Espero que las palabras no me persigan”. Antes que nada, Manuel Gutiérrez Aragón es un formidable escritor. Maneja el idioma con la perfección del pájaro que vuela. Domina la sintaxis, controla los excesos de la metáfora, somete la adjetivación que abruma. Sabe cómo se fractura la cadencia del relato literario, hace belleza por medio de la palabra y provoca en el lector un placer puro, inmediato y desinteresado. En alguna ocasión utiliza sabios neologismos, “pensesoñé”, por ejemplo. Según cuenta en su libro Vida y maravillas (Anagrama), tuvo una abuela cubana que era pobre a diferencia de la otra abuela comerciante, rica, “reina del almacén de comestibles”. Sus cinco hermanos –Ángel, Pilar, Maricarmen, Maribel y más tarde Enrique– querían y temían al papá veterinario. “Mi padre –escribe Gutiérrez Aragón–, una tarde en la que acompañaba a una vaca en parto, me espetó, mirándome con ojos brillantes: tú y tus hermanos sois hijos del deseo, de la libido. Esa es la verdad”. Dedica Gutiérrez Aragón reflexiones intensas a su vida universitaria. Habla de profesores como Leopoldo Eulogio Palacios y Adolfo Muñoz Alonso, se recrea en su admiración por San Agustín y al referirse a compañeros de apellidos bien conocidos, no oculta su adhesión a las ideas comunistas ni tampoco su militancia. Desmenuza la hojarasca de Fraga Iribarne en el caso Grimau, descubre al dictador Franco como a un ancianito de cabeza calva, con el Príncipe Juan Carlos a su lado, “más asustado que entusiasta”. Y se estremece ante los veinte años de cárcel que cayeron sobre Marcelino Camacho en el Proceso 1001. Camacho, por cierto, que no Carrillo, era el verdadero líder del comunismo español en aquella época, un hombre honrado, íntegro, inteligente y razonador. Expresa Gutiérrez Aragón su opinión sobre Fidel Castro y habla de Mao Tsetung, al que llama conforme a la grafía inglesa Mao Zedong. En este libro, Vida y maravillas, desarrolla un entendimiento profundo de lo que significa el cine. “La imagen cinematográfica es una construcción. Lo fílmico no es fiel a la realidad… En la construcción cinematográfica la luz es la que revela lo que sucede...”. He tenido la suerte de conocer a lo largo de mi dilatada vida profesional a Buñuel, a Berlanga, a Saura, a Bardem, que filmó en mi despacho del ABC verdadero una escena clave de su última película, Resultado final; a José Luis Garci, a Manolo Summers y a tantos otros. Manuel Gutiérrez Aragón figura entre los grandes del cine español y, sin presunciones ni altanerías, expone sus ideas sobre el arte de referencia del siglo XX. Además, desmenuza algunas de sus películas más conocidas. Se refiere a José Luis Borau y su ira desencadenada contra los críticos. Descuartiza a Eduardo Haro Tecglen y se refiere a aquel manifiesto de importantes cineastas: “No pasamos por el Haro”. Habla de Fernando Fernán Gómez con la admiración que en todos, tanto en el teatro como en el cine, suscitaba aquel actor que fue académico y que rozaba el prodigio en la calidad de sus interpretaciones. Desmenuza Habla mudita. Estudia a fondo la significación del guion. Con cierta clave literaria, descalifica a su compañero Claudio y traduce para él la propuesta latina: “Declaro la guerra a la patria, me alegro del veto a los ricos, me uno a los ciudadanos…”. Hace humor en más de una ocasión y escribe: “Juan Antonio Bardem suspiraba y recordaba una frase de Rafael Alberti en las heladas veladas del exilio: ‘Luchemos por una sociedad sin clases y sin reuniones’. Juzga a Gil de Biedma, también a Jaime Camino, a Juan Marsé y a otros muchos personajes del mundo cinematográfico y también del literario. Al hablar de los poetas de la dinastía Han (206 a.C. hasta 220 d. C.), tal vez se refiera a la dinastía Tang (619 a 907) con los más grandes, Lipo, Wang Wei, Tu-Fu… Aprovecha entonces para afirmar, con valor político y literario, una verdad incuestionable: “Mao es un poeta exquisito”, ahí están los Poemas de la tierra y del viento. Y se adorna, en fin, con una serranilla del marqués de Santillana: “Así concluíamos el nuestro proceso, sin facer exceso, e nos aveninos. E fueron las flores de cabe Espinama los encubridores”. Seguir leyendo

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